21/02/2013

Efectos colaterales del dólar atrasado: crece la "sojadicción"

El proceso de pérdida de competitividad cambiaria que padece la Argentina desde hace unos años –producto de una inflación que aumenta trás año por encima de la variación del tipo de cambio nominal– ha generado efectos tanto cuantitativos como cualitativos sobre el sector externo de la economía. Mucho se ha dicho sobre los primeros: la apreciación cambiaria desincentiva las exportaciones, alienta las importaciones, por lo que reducen los dólares que ingresan de la balanza comercial (en ausencia de controles). Al mismo tiempo, en el plano financiero, la sensación de un atraso cambiario lleva a los individuos y empresas a dolarizar sus carteras (fuga de capitales). 

Todo esto se ha verificado en la Argentina. Casi de manual. La respuesta oficial tanto en el plano comercial como financiero ha sido apelar a crecientes controles. Atacar la consecuencia, pero no la causa.

Efectos cualitativos
Menos atención se le ha prestado a los efectos cualitativos sobre el sector externo de la economía, derivados de la pérdida de competitividad. Es decir, a la calidad y composición de lo que exportamos. La diversificación de las exportaciones a las que suele aludir el Gobierno colisionó en los últimos años con un tipo de cambio real que se va apreciando aceleradamente. ¿Resultado? Las exportaciones se sesgan. Y se concentran sólo en los sectores que pueden sostener su rentabilidad pese a la suba de costos internos y el lento deslizamiento cambiario.
En el caso de la Argentina este proceso desemboca en una reprimarización de las exportaciones, que se focalizan en las de menor valor agregado, de las cuales la soja es el ejemplo emblemático.

Pérdida de competitividad
Las exportaciones de mayor valor agregado (industriales), y muchas economías regionales del interior del país, han sufrido en los últimos años los efectos de esta pérdida de competitividad cambiaria. No cuentan con el precio de sus exportaciones atados a un producto que sube en torno al 20% año tras año, como la soja. Ello explica también la creciente dependencia, y hasta la desesperación del Gobierno porque los exportadores del “yuyito” liquiden sus ventas lo antes posible, para abastecer de dólares al mercado interno.

Empresarios
Algunos empresarios ya se animan a hablar en público de esta reprimarización de las exportaciones. Es el caso de CEO de Techint, Paolo Rocca. Pero le valió una reprimenda del Gobierno. O del titular de la UIA, José Ignacio de Mendiguren, que transita por el delgado equilibrio que demanda la representatividad de su puesto y el zigzagueante vínculo con la Rosada.

Los números de las exportaciones argentinas durante 2012 arrojan algunas pistas de este proceso. Las ventas al exterior, en cantidad, cayeron 5% el año pasado. Tal como indica la teoría en caso de una apreciación del tipo de cambio real. Pero desagregando las exportaciones se observan comportamientos diferenciados. El único ítem que pese a todo aumentó (en cantidad) fueron las exportaciones de bienes primarios, que lograron aumentar 1%. Mientras que los bienes manufacturados (con mayor valor agregado), tanto de origen agropecuario como industrial, se redujeron 8% y 5%, respectivamente.

La hipótesis de que “el mundo se nos cae encima” a la que apeló varias veces la presidente Cristina Fernández de Kirchner para explicar el comportamiento del sector externo queda relativizada cuando se analiza lo que ocurrió en otros países de la región. Sólo Paraguay y Brasil registraron en 2012 caídas de sus exportaciones mayores a las de Argentina. En el resto de los países de la región, como Colombia, Uruguay, México o Ecuador lograron avances significativos. Además, la liquidez mundial abunda. Bolivia logró realizar meses atrás la primera colocación internacional de un bono en su historia, con un plazo de 10 años y pagando sólo una tasa del 4,8% anual.

En rigor, la reprimarización de las exportaciones argentinas no es un fenómeno nuevo. Se ha acentuado con el atraso cambiario, porque éste hace rentables sólo las ventas de bienes cuyos precios internacionales siguen en alza. El Gobierno intentó combatirla con varias herramientas, como incentivos fiscales a las exportaciones de mayor valor agregado, o retenciones a las ventas de granos. Pero la apreciación del dólar va en la dirección precisamente contraria.

Reprimarización
En términos económicos, esta reprimarización sería una respuesta óptima a la señal de precios del exterior, donde los commodities son la vedette de los mercados mundiales de la última década. Este proceso parecer haber abierto un impasse en la teoría del “Deterioro Secular de los Términos de Intercambio” que elaboró la CEPAL y el economista argentino Raúl Prebisch más de medio siglo atrás. Por entonces, la conclusión era que la Argentina debía diversificar y agregar valor agregado a sus exportaciones (plenamente focalizadas en el sector agropecuario) debido a que los bienes industrializados tenían una tendencia a ganar valor en los mercados mundiales por sobre los commodities.

Pero claro, el ingreso de China e India al capitalismo global abrió un paréntesis en esta tendencia. Su demanda de alimentos sostiene los precios de los commodities alimenticios. Sólo en China nace “una Argentina” por año: su tasa de natalidad anual es de 40 millones de habitantes, que deben ser alimentados.

¿Pero hasta cuándo se producirá este paréntesis en la teoría cepaliana? Si alguien le dice que lo sabe, usted desconfíe. Apenas podemos arriesgar dos cosas: el fenómeno (que lo podríamos simplificar para nosotros como en el “boom sojero”) no desaparecerá en el corto plazo. Pero tampoco será eterno. El resto, son especulaciones.

La “enfermedad argentina”
En la Argentina actual parece estar operando una variante criolla del caso conocido en la literatura económica como la “Enfermedad Holandesa”. El nombre alude a un episodio que aconteció en ese país en la década del ’60 en la cual esta nación halló grandes cantidades de yacimientos de gas en su territorio. Como resultado, se transformó en un importante exportador mundial de este combustible, habida de cuenta la renta extraordinaria que dejaba ese producto. Pero, paradójicamente, el desplazamiento de factores productivos hacia este sector y la avalancha de divisas que generó ese abrupto descubrimiento terminó apreciando su tipo de cambio y deteriorando el resto de los sectores exportadores del país.

La “enfermedad argentina” opera de forma parecida, pero con algunos matices. La “sojización” del campo argentino desplazó otras producciones agropecuarias. Entre ellas la ganadera. La caída en el stock ganadero (producto también de desacertadas políticas gubernamentales) impulsó un alza significativa en el precio de la carne en los últimos años. Se trata del ítem que más impulsó la inflación local en el último quinquenio. Con un tipo de cambio nominal que se ajustó por debajo de alza del costo de vida, la revaluación cambiaria resultante arrojó un resultado similar al holandés: el boom sojero termina minando las exportaciones de otros tipos de productos.