La economía argentina está funcionando de un modo desequilibrado. La demanda viaja a una velocidad mayor que la oferta. Esto sería sustentable si el fenómeno se explicara por la abundante entrada de capitales o por precios cada vez más altos de los bienes que exportamos. Pero no es así. El impulso tiene origen interno, con un gasto público que se expande a un ritmo 5 puntos superior al de los ingresos, y una política monetaria aferrada al esquema de tasas de interés negativas en términos reales. Como el avance de la demanda no está acompañado por la oferta, se convive con las persistentes presiones inflacionarias en el flanco interno y con el drenaje de reservas del Banco Central, que opera como variable de ajuste del frente externo. El deterioro de las balanzas del turismo y de la energía es tratado a veces como un problema sectorial, pero en realidad se trata de las expresiones más visibles de un fenómeno más general, que tiene que ver con incentivos asimétricos a la oferta y la demanda. Es cierto, de todos modos, que cerrar el déficit externo en servicios turísticos puede ser una tarea que lleve un par de trimestres, mientras que en el caso de la energía la unidad de tiempo apropiada es el quinquenio, o incluso la década.