30/01/2017

Verdades y mentiras en la política exterior de Trump

La falacia no puede ser la base de la política exterior de Estados Unidos. Los aliados ya no creerán lo que dice el presidente y sus asesores. EL CRONISTA

El reportero del BBC se ría mientras nos contaba las declaraciones falsas de la Casa Blanca sobre el número de personas que asistieron a la asunción de Donald Trump. Debería haber llorado. Lo que estamos viendo es la destrucción de la credibilidad del gobierno estadounidense.
Este espectáculo de falsedades que está intentando vendernos la Casa Blanca es una tragedia para la democracia estadounidense. Pero el resto del mundo -especialmente los aliados de Norteamérica- debería sentir temor. Una administración Trump adicta a la "gran mentira" tiene implicancias peligrosas para la seguridad nacional.
Como indicó Robert Moore, el corresponsal en Washington de Independent Television News (ITN): "Si el secretario de prensa de la Casa Blanca sigue diciendo cosas que sabemos que son falsas, ¿por qué deberíamos confiar en lo que diga sobre Corea del Norte, Rusia, Irán o la guerra contra el Estado Islámico? Ésa no sólo es una buena pregunta; es una pregunta esencial".
Todas las presidencias estadounidenses se han enfrentado a crisis internacionales. La administración Trump seguramente se enfrentará a más crisis, dado el carácter volátil y agresivo del nuevo presidente. En el pasado cuando se avecinaba un enfrentamiento internacional, EE.UU. se apoyaba en sus aliados. ¿Cómo va a conseguir respaldo Norteamérica en la era de Trump, si sus aliados ya no creen en lo que están diciendo el presidente y sus asesores?
No cabe duda que la confianza en EE.UU. se vio dañada cuando el gobierno no encontró armas de destrucción masiva después de la invasión de Irak en 2003. Pero la mayoría de los amigos de Norteamérica estaban dispuestos a creer que el país se había equivocado debido a falsa inteligencia, no que había mentido deliberadamente para justificar la guerra. Desde la guerra de Irak, la administración Obama hizo significativos avances en la reconstrucción de la credibilidad del gobierno estadounidense.
Trump ya comenzó a deshacer esa importante labor. Él se encuentra en una categoría de deshonestidad diferente a los villanos de antaño, como Dick Cheney, el vicepresidente de George W Bush. Las mentiras de Trump son tan frecuentes y flagrantes que terminan siendo innegables.
Muchos tal vez argumenten, con cierta desesperación, que mentir sobre cuántas personas asistieron a la asunción, o las disputas sobre los servicios de inteligencia, son "pequeñas" mentiras que no deben afectar la credibilidad de la administración Trump en lo que respecta a temas serios de guerra y paz.
Ellos ignoran el hecho de que la carrera política de Trump está empapada de falsedades desde su inicio. Comenzó con una mentira -que el presidente Barak Obama no había nacido en EE.UU.- y siguió adelante de la misma manera.
Si la administración Trump destruye la credibilidad estadounidense, le otorgará una victoria de enormes proporciones a los gobiernos de Rusia y China. La guerra fría no sólo se trató de una lucha por cuestiones económicas o fuerza militar, sino también por la verdad. A fin de cuentas, la Unión Soviética colapsó en parte debido a que era demasiado obvio que era un régimen basado en mentiras.
Actualmente Rusia ha adoptado un modelo más sofisticado de deshonestidad. El Kremlin de Vladimir Putin afirma, con un guiño, que todo el mundo dice mentiras y manipula los hechos, y que la Casa Blanca no es diferente al Kremlin. Rusia ha avanzado utilizando esta estrategia. Pero también tiene limitaciones claras. El Kremlin no pudo negar convincentemente que no se habían usado armas rusas para derribar al vuelo 17 de Malaysia Airlines en 2014. El resultado fue la imposición de sanciones económicas adicionales contra Rusia.
Sin embargo, en el futuro cuando surja cualquier controversia sobre la versión verdadera de los hechos durante una crisis internacional, el resto del mundo tal vez ya no le crea al EE.UU. de Trump de la misma manera en que no creyó en la Rusia de Putin.
Tener un mentiroso en la Casa Blanca no sólo es un desastre para la seguridad global sino para la democracia en todo el mundo. Hasta ahora, los disidentes en Rusia, China y otros regímenes autoritarios podían librar una batalla peligrosa y solitaria a favor de la verdad y señalar a Occidente para demostrar que sí existía un mejor camino.
Si no podemos contar con Trump para defender los estándares normales de honestidad en el ámbito de la política, ¿en quién puede confiar el resto del mundo? El gobierno alemán de Angela Merkel, no puede hacerlo por sí solo. El gobierno británico tal vez esté demasiado desesperado por establecer un acuerdo comercial con Norteamérica para arriesgar su relación con Trump.
Las democracias europeas todavía podrían dar el ejemplo y demostrar que la mayoría de los países occidentales no utilizan el discurso degradado del Trumpismo. Pero los estadounidenses tendrán el papel más importante de proteger la verdad y, por lo tanto, la democracia misma.
La prensa tendrá que ser valiente y robusta. El sistema legal, en el que la verdad sigue siendo esencial, tal vez determine el destino de esta administración.
En el pasado, las instituciones estadounidenses, desde los medios de comunicación hasta el Congreso y los tribunales, han demostrado su independencia de la Casa Blanca. Ahora serán puestos a prueba como nunca.