LA NACION. La profunda crisis de 2008 y la de este año confirman la percepción creciente de que las tradicionales potencias han iniciado un camino de retraso relativo. Después de siglos, en los que Occidente constituía el centro de la demanda mundial, ahora notamos, cada año con más claridad, cómo ella está desplazándose hacia Asia.
A comienzos de la Revolución Industrial, Asia representaba cerca del 60% del PBI mundial y a mediados del siglo pasado tan sólo un 15%. Pero, desde hace unas dos décadas, está volviendo a los primeros puestos. Los cálculos de los organismos competentes hablan de que el PBI de Asia ya representa un 35% del mundo sin contar a Japón. El cambio estructural es visible: el motor de la demanda ya no está en Occidente sino en Oriente y, en su evolución, se destacan dos países de enorme población: India y China. Durante los últimos veinte años, el PBI de India mantuvo una tasa de crecimiento del orden del 6,5% anual y el de China, del 10%. Mientras Asia-Pacífico alcanzaba un ratio de 8,5% anual, EE.UU. apenas lograba un 3%.
China está procediendo en forma similar al comportamiento del Reino Unido luego de la Revolución Industrial, pero con una diferencia de tiempos. Mientras que Gran Bretaña necesitó sesenta años para duplicar el ingreso real per cápita, China, tan sólo diez.
La clase media de los países en desarrollo creció del 33% (1990) a más del 50% de la actualidad, es decir de 1400 a 2600 millones de personas. Según el Banco Mundial, desde 1990, más de 1,2 mil millones de personas pasaron a formar parte de la clase media, fundamentalmente porque ella ha crecido notablemente en Asia Pacífico; pues allí pasó de ser tan sólo un 20% a más de un 60%. Lo interesante de este proceso es que, si bien el incremento ha resultado notable, todavía es baja la proporción, por lo que debemos aguardar mayores aumentos y, por ende, un visible incremento en la demanda por alimentos. A ello, debe sumarse el grado de aumento de la población que es casi el doble del que tienen los desarrollados más la creciente demanda de biocombustibles. El aumento de la demanda se registra donde existe una elevada propensión al consumo de alimentos.
Avalando estos factores, se estima que el valor del dólar seguirá en baja, con el fin de corregir los desequilibrios en la cuenta corriente de la balanza de pagos de EE.UU. con una paulatina apreciación de varias monedas como la de China e India e, incluso, del euro. En sus proyecciones hasta 2020, el mismo USDA supone una pérdida sustancial de su valor. Hace poco, Mathew Shane, economista de este organismo, expresaba al autor de esta nota que "considerando el comportamiento de los países de la OCDE y el aumento relativo de crecimiento económico en países en vía de desarrollo, el realineamiento de paridades, en desmedro del dólar, resulta inevitable".
Así, las monedas de aquellos países estructuralmente importadores de granos y de alimentos tenderían a revaluarse y, por ende, aumentaría su capacidad de compra. En este contexto se aprecia claramente el problema de los stocks reducidos por escasez de granos. Es que el ritmo de incremento en la producción no logra superar la tasa de aumento en la demanda y así el problema del cambio climático agudiza el temor a una futura escasez.
Ciertamente un escenario de fuertes turbulencias llevaría a una contracción de la demanda y, por tanto, los emergentes sufrirían, también, la restricción. Por ejemplo, Brasil y China, principales destinos de las exportaciones argentinas, podrían verse perjudicados. En este cuadro es posible que el real tienda a devaluarse y ello afectaría seriamente nuestra competitividad. Sin embargo, a la hora de decidir, la demanda prioriza el alimento, por lo que, si hubiese una contracción generalizada, la realidad es que ella sería claramente menor en el rubro de los granos y de los alimentos.
MANUEL ALVARADO LEDESMA