17/10/2018

Un puente dorado hasta la cosecha de soja

Las proyecciones indican que habrá una cosecha récord: cerca de 19 millones de toneladas. CLARÍN

Tiempos de crisis… Ya no podemos esperar a la soja, el yuyo salvador, que recién llega en marzo. Más allá de la bocanada de oxígeno que la economía argentina espera del pulmotor del FMI, pronto fluirán los trigodólares. La cosecha del “pánico cereal” (sic) acaba de empezar en el NOA y el NEA, que aunque tienen un peso poco significativo en el volumen total, presagian la llegada de divisas genuinas. Contantes y sonantes.
¿Cuánto? Poco, al lado de lo que significa la soja, que a los precios actuales y con una cosecha normal arrimará US$17/18.000 millones en 2019. Sumemos el maíz, que aportaría otros 5.000 millones. Entre ambos, sumarían 22/24 mil millones a partir de marzo próximo.
En el caso del trigo, esta semana la Bolsa de Comercio de Rosario estimó una cosecha de 19 millones de toneladas, bajando en 2 millones de toneladas su pronóstico anterior. Heladas tardías y manchones de sequía en la región central del mapa agrícola (Córdoba en particular) pusieron en duda la llegada de una cosecha récord de 21 millones de toneladas, que hubieran venido de perillas a los productores y a la salud macroeconómica. Pero de todas maneras, 19 millones será igualmente una cosecha récord.
Reservando 5 millones de toneladas para el mercado interno, lo que surge de sumar 500.000 toneladas para semilla, y 4,5 millones de toneladas para molienda para consumo interno, quedarían disponibles 14 millones para exportación.
Tomando un valor promedio de US$200 por tonelada, el ingreso de divisas esperado debiera oscilar en los US$2.000 millones. Son 400 millones menos que lo esperado, pero es un buen número.
La pregunta es ¿cuándo? La respuesta: cuando los productores decidan vender su producción. Primero tienen que cosechar, y el pico de la recolección es diciembre. ¿Y después? La particularidad del negocio agrícola es que, a diferencia de otras actividades, la cadena está integrada por distintos eslabones, con distintas necesidades e intereses. Es decir, no existe una integración vertical, donde el exportador es el propio productor y en general puede manejar el momento de liquidar divisas. Aquí, si alguien quiere embarcar granos —como tales, o procesados— tiene que salir a comprarlo a los chacareros. Ahí es cuando tienen que traer los dólares, liquidarlos, hacerse de pesos y pagar la mercadería que van a exportar.
Pero los chacareros venden cuando necesitan plata. Nunca antes, porque la experiencia les dice que, en caso de tener algún excedente, no hay mejor reserva de valor que su propio grano.
Siempre el trigo juega el papel de puente entre una cosecha y la siguiente. Normalmente, los productores llegan exhaustos a fin de año. Este año mucho más aún, porque la cosecha de soja de 2018 fue pésima, consecuencia de una sequía memorable y luego lluvias en la cosecha. Es la razón fundamental por la que faltaron US$8.000 millones a la economía, a punto de estallar cuando no hubo forma de llenar el agujero hasta que llegó el FMI.
Así que el escenario más probable es que la mayor parte de la cosecha salga rápidamente, yendo del campo a los puertos. Donde también la esperan con los brazos abiertos, porque hace meses que funcionan a media máquina. Entre mediados de diciembre y febrero, se venderá el 70% del saldo exportable, es decir, unos US$1.500 millones.
A esto hay que sumar los embarques de cebada, otro cultivo que acompaña al trigo. Son 4 millones de toneladas, otros US$800 millones. Pero buena parte de la cebada se industrializa en las malterías de la Provincia. Esto significa que hay un proceso continuo de elaboración y embarque, así que se debieran sumar “solo” unos US$100 millones mensuales a partir de diciembre.
Más allá de que el trigo no es cuantitativamente tan importante como la soja y el maíz (como vimos, es menos del 10% de las divisas que aporta la “cosecha gruesa”), sí tiene importancia cuantitativa. Primero, porque la Argentina es por lejos el productor más importante del Mercosur. Mientras dure la preferencia arancelaria regional (se presume que Jair Bolsonaro cumplirá su deseo de terminar con el acuerdo), el trigo argentino será imbatible en la región.
Más allá de esto, la Argentina siempre ocupó un lugar relevante en el mapa triguero mundial, hasta que los dislates de la era K provocaron su derrumbe. Una caída acompañada por la merma de los rendimientos y de la calidad, dado el bajón sensible en el uso de tecnología. Llegamos al extremo de tener que importar trigo, y de recibir castigos de precios por el bajo tenor de proteína y mala calidad del gluten. Los derechos de exportación y las restricciones comerciales provocaron un total desinterés por el cultivo.
Todo eso se está revirtiendo. Hace un mes, el Gobierno sorprendió al sector con el regreso de las retenciones. El cereal ya estaba sembrado, así que no impactó en el área cultivada. Pero sí en el ánimo de los productores. Esto puede afectar la siembra y, sobre todo, el nivel de tecnología a aplicarse el año que viene. Lo mismo sucede con el maíz, que es otro cultivo cuya implantación es más costosa, pero que cuando es manejado con todo el paquete tecnológico, responde con creces a la inversión. Cuando se altera la relación insumo/producto, que es el efecto de las retenciones, disminuye la propensión a la tecnología y caen los rindes. Esto significa una caída de la producción y de divisas.
El otro gran jugador, que cuando entra a la cancha define el partido, es el clima. Todo indica que estamos frente a un año Niño, lo que presagia buenas lluvias. Esta semana esos pronósticos se consolidaron. Esperemos que llueva.

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